En mi día a día tengo la suerte de relacionarme con muchos médicos, y cuanto más tiempo paso cerca de ellos, más clara tengo una cosa: ser buen médico no depende solo de tener una nota brillante o de saberse al dedillo todos los manuales. Por supuesto que la formación técnica es fundamental, pero lo que realmente marca la diferencia son las cualidades humanas.
La empatía es una de las virtudes más importantes. Ver cómo un médico se detiene a escuchar a un paciente, a tranquilizarlo, a explicarle con paciencia lo que le está ocurriendo, es algo que marca. Y no es algo que venga de serie, se entrena cada día. Lo mismo ocurre con la escucha activa: no se trata solo de oír lo que dice el paciente, sino de prestarle atención real, sin prisas ni juicios.
También me impresiona la humildad de los buenos profesionales. Saber reconocer lo que no se sabe, consultar con otros, revisar un diagnóstico… eso también es ser un gran médico. Y junto a eso, la capacidad de manejar emociones: muchos de ellos lidian a diario con dolor, sufrimiento, decisiones difíciles… y tienen que sostenerse a sí mismos para poder sostener a otros.
La resiliencia es otra cualidad que admiro profundamente. La medicina desgasta, emocional y físicamente, y sin embargo hay médicos que siguen con la misma vocación y entrega día tras día. Y eso, sin perder nunca de vista su compromiso ético: actuar con responsabilidad, respeto y honestidad, aunque nadie esté mirando.
También valoro mucho la claridad al comunicar. No es fácil explicar lo complejo de forma sencilla, sin alarmar pero sin ocultar. Saber decir la verdad con tacto es algo que no todos dominan, pero cuando ocurre, se nota. Y por supuesto, la paciencia: con los procesos, con los tratamientos, con los propios pacientes y sus tiempos.
Por encima de todo, está la vocación de servicio. Cuando ves a alguien que no solo hace su trabajo, sino que se preocupa genuinamente por los demás, sabes que estás delante de un médico de verdad. Y, algo que a veces se olvida, el trabajo en equipo: nadie salva vidas solo. Los mejores médicos que conozco saben rodearse, apoyarse, compartir decisiones y aprender de los demás.
Todas estas virtudes, que hoy admiro tanto, no se desarrollan de un día para otro. Se aprenden, se entrenan, y muchas empiezan a cultivarse ahora, en esta etapa de espera, de nervios, de aprendizajes fuera del aula.
Ojalá quienes hoy soñáis con ser médicos lleguéis con la misma ilusión, pero también con la conciencia de todo lo que esta profesión exige… y de lo mucho que también os va a regalar.