Tengo 18 años y hace 3 meses comencé a estudiar Medicina en la Universidad de Valencia. Qué voy a decir del primer día en la facultad… simplemente fue único. Nervios en el estómago, ojeras por no haber dormido la noche anterior por el nerviosismo y sobre todo muchas ganas e ilusión. Llegué a la facultad con la cara típica de una “novatilla” la cual no sabía dónde acudir, qué hacer, qué llevar o incluso cómo presentarte a los que serían tus futuros compañeros durante 6 años. Pero mal de muchos, consuelo de tontos. Todos estábamos en la misma situación. Poco a poco comenzamos a conocernos, a quedar para ir a tomar un café e ir haciendo nuestra pequeña piña.
Parece que ha llovido mucho desde entonces, y es que en este corto periodo de tiempo he disfrutado de cientos de experiencias en la facultad: las primeras prácticas de Anatomía fueron simplemente geniales, el primer contacto en un laboratorio realizando purificaciones del DNA, el manejo del microscopio en las clases de Biología, los experimentos de Biofísica o las comeduras de cabeza con los test probabilísticos de Bioestadística. Pero sin embargo me quedo con los compañeros. Aquellos estudiantes que como yo han tenido que recorrer un largo camino de estudios desde la E.S.O y Bachillerato, con los mejores expedientes y superando el Selectivo, todo con las increíbles ganas de poder acceder a estudiar la carrera que siempre has querido por pura vocación. Y es que la Medicina es dura, muy dura, pero también preciosa, que te hace disfrutar, te mantiene insaciable por aprender más y sobre todo por hacer todo lo posible por ayudar al paciente.