Hasta hace unos años, los estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza trabajaban en la sala de disección del campus con cadáveres de indigentes, unos cuerpos que no eran reclamados por las familias y que servían a los alumnos para poner en práctica sus conocimientos. Sin embargo, desde el 2005 entregan entre 110 y 120 carnets de donación voluntaria de cuerpos a personas que optan por ceder sus restos a la ciencia.
«Ese número de tarjetas era algo impensable hace un tiempo, cuando solo contábamos con cinco cadáveres al año. Hemos llegado a tener hasta trece cuerpos con el aumento de las donaciones, aunque en el último año hemos notado cierto descenso», explica Juan de Dios Escolar, quien lleva ejerciendo 35 años como profesor titular de la sala de disección del departamento de Anatomía.
Las más de cien personas que cada año se acercan hasta la Facultad de Medicina de Zaragoza tiene el objetivo de querer ceder en vida su organismo para que sea empleado en los múltiples estudios científicos y experimentaciones quirúrgicas.
INVESTIGACIÓN MÉDICA Entre las causas que determinan el constante aumento del número de donantes está la valoración social de la investigación médica y del creciente altruismo de los ciudadanos, aunque el doctor Escolar matiza que «la última palabra la tiene la familia» y, en este sentido, explica que «solo se hacen efectivas el 10%» de las donaciones que nos aportan.
«Una vez que la persona fallece no podemos ponernos en contra de los seres queridos, que muchas veces no aceptan que el cuerpo de su familiar vaya a ser tratado sobre una mesa de una universidad. Hay quien siente que lo que hacemos es una profanación», argumenta.
Al donante de su cuerpo no se le pregunta qué motivación lo mueve, aunque Escolar asegura que «nadie» toma esa decisión por ahorrarse los gastos del sepelio. «No nos han de dar ninguna explicación, es un acto totalmente altruista. Y tampoco hay dinero de por medio; ni pagamos ni ellos nos dan», dice.
Cuando los cuerpos llegan a la Facultad de Medicina, antes de que se conviertan en piezas anatómicas objeto de estudio, son sometidos a un análisis que detecta si sufren infecciones como sida, hepatitis B o C y tuberculosis. «En esos casos, el cuerpo es desechado para evitar contagios. Tampoco aceptamos cadáveres con obesidad mórbida, porque son difíciles de manejar –se mueven mediante grúas– y de investigar», comenta.
Si eso ocurre, se incineran, mientras que las piezas que serán objeto de disección llegan a la sala desinfectadas. Inodoras y limpias. Válidas tanto si su propietario falleció de cáncer o como si murió de un súbito infarto de miocardio. Útiles siempre. Los restos, tras ser embalsamados, se guardan en las cámaras perfectamente identificados. «La disección es diferente según el sexo. Por ejemplo, el cuerpo de una mujer huele más que el del hombre; mientras que ellas tienen más grasa que los varones. Esos detalles, a la hora de realizar las clases prácticas, hay que tenerlos en cuenta», detalla.
Y después, ¿qué ocurre con el cuerpo? «Se incinera y las cenizas se depositan en un lugar reservado. A veces, se pone una placa identificaba porque hay personas que nos pregunta dónde poder ir a rendir culto a su familiar», puntualiza Escolar
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