Estudiar Medicina solo por dinero, como si fuera un trabajo cualquiera con buena salida económica, suele ser un mal punto de partida. No porque esté mal querer tener estabilidad o un buen sueldo (eso es legítimo), sino porque la exigencia emocional, mental y física de esta carrera y esta profesión es tan alta, que sin una motivación más profunda es difícil sostenerla en el tiempo sin quemarse.
Quien entra a Medicina por interés económico probablemente se sorprenda cuando descubra que los primeros años son de muchísimo estudio, sin contacto real con pacientes, y que luego vienen guardias largas, presión, responsabilidad enorme y decisiones difíciles. Y aunque más adelante haya buenos sueldos en ciertas especialidades o sectores privados, la recompensa económica no suele compensar por sí sola todo lo que implica ser médico.
Por otro lado, hay quienes entran con motivos mixtos —vocación e interés por una vida estable o por mejorar su situación personal o familiar— y eso es totalmente válido. Lo importante es que haya una base de compromiso real con las personas y con lo que la profesión exige, porque al final, se trabaja con vidas humanas, y eso no admite indiferencia.
En resumen: si el dinero es un incentivo más, no pasa nada. Pero si es el único motor, probablemente Medicina no sea el camino más acertado ni para la persona, ni para los pacientes que algún día dependerán de ella.